El duelo en tiempos del coronavirus

Hoy escribo estas líneas como profesional de la psicología, pero también desde lo personal. Como a tantas familias en estos días, el coronavirus también ha llamado a nuestra puerta. Hace unas semanas mi abuelo materno, el yayo Paco, falleció a causa de esta terrible pandemia. Después de estos días de elaboración al fin siento que tengo fuerzas para expresar algo de mi vivencia y compartirla, por si puede ayudar a otros.

Mi abuelo, como todos los abuelos, era un hombre muy fuerte que sobrevivió al hambre y la pobreza. Luchó para sacar a su familia adelante y darles un futuro mejor. Quién le iba a decir que nuestro futuro augura tiempos tan duros como los que él vivió.

Cuando presentó síntomas la única asistencia que tuvo fue vía telefónica. Le dijeron que se quedara en casa, que los síntomas no eran preocupantes y que probablemente no fuera coronavirus, aunque él se quejaba de dolores de cabeza y cierta fatiga. De repente, de un día a otro, empeoró. Cuando llegó la asistencia médica movilizada por la alarma de la familia, ya no se podía hacer nada.

Mi abuelo falleció totalmente sólo en su casa. En un principio prohibieron a todos los familiares asistirle en sus últimas horas para evitar contagios. La única compañía que tuvo fue la de los sanitarios que pasaron varias veces para suministrar cuidados paliativos. Quiero pensar que al menos le ahorraron parte del sufrimiento. Sin embargo, siempre me quedará la sensación de que nadie debería morir en las circunstancias en las que lo hizo mi abuelo. No pudo haber acompañamiento, ni consuelo ni despedida. La familia vivió una vigilia angustiosa, un tormento desgarrador entre la culpa y la supervivencia debido a la falta de medios para abordar una situación tan catastrófica.

Cuando una de las doctoras que pasó a ver a mi abuelo determinó que alguien debería acompañarlo por el estado en el que se encontraba, que era inhumano que alguien muriera así a pesar del riesgo de contagio, ya fue tarde. Mi abuelo falleció antes de que su hija pudiera llegar. Quizás de forma providencial, la protegió en el último momento del riesgo del contagio. Ni siquiera pudo ver el cuerpo. Las contradicciones entre los médicos que le asistían, unos negando el acompañamiento y otros aconsejándolo, sólo sirvieron para aumentar la culpa y la confusión.

Al final no pudo ser.

En mi familia, como ocurre con tantas otras en estos días, vivimos en un “no-duelo” o duelo en espera. Sabemos, de forma racional, que mi abuelo no está. Pero no sentimos su ausencia porque no hay registro perceptivo del cambio de estado: de vivo a muerto. No pudo haber acompañamiento en la enfermedad, no hemos visto el cuerpo y tampoco ha habido velatorio ni funeral. Sólo una urna con sus cenizas.

Ante la falta de percepción que corrobore la trágica noticia, la mente no es capaz de integrar correctamente la nueva realidad. Hay tristeza, rabia y culpa… pero en una forma difusa y tenue. La realidad de su fallecimiento no se termina de sentir completamente, por lo que tampoco se puede expresar emocionalmente ni compartir con los demás, dificultándose su resolución. Estamos en un limbo, a la espera de que esto pase para poder reunirnos y hacer una despedida dónde algo de este “no-duelo” pueda ser rescatado, expresado, compartido y elaborado por fin.

Sé que muchas familias y amigos están pasando por una experiencia similar a la mía, la de seguir viviendo con una despedida aún pendiente. Esta situación de crisis pasará, podremos volver a reunirnos y será un momento de celebración y regocijo. No obstante, también deberemos hacer un hueco al dolor y a la pérdida por mucho que nos pesen y aunque hayan pasado meses del fallecimiento.

Ante el gran número de fallecidos y las dificultades para los ritos funerarios, podemos caer en la tentación de pasar página o cerrar el duelo de forma aséptica. Este posicionamiento sería erróneo. El dolor no expresado encuentra siempre otras formas de manifestarse.

Incluso cuando el vínculo con la persona fallecida fuera conflictivo, difícil o ambivalente debe abrirse un espacio de duelo para que emociones de rabia, odio o culpa puedan también expresarse y acogerse sin ser juzgadas. Recordar, sentir sin juzgar y dejar ir. El duelo que puede empezarse también podrá finalizar, dejando a la persona mentalmente disponible para la vida.

Los duelos enquistados, por el contrario, aquellos que son negados o encubiertos paralizan una parte del psiquismo dejando a la persona sin parte de sus recursos mentales. A más relevante sea la persona pérdida y más fuerte el vínculo con ella (de nuevo, no importa si el vínculo fue positivo o traumático), más parte del psiquismo quedará en suspenso.

Este duelo en espera somete a los allegados a una situación que vuelve más traumática la ausencia del ser querido. Todos los que estamos pasando por esta situación nos vemos desgastados por esa maraña de emociones que están contenidas. A eso, debemos añadirle el desgaste mental por la incertidumbre de nuestro futuro, tema que abordaré en otro artículo.

Desánimo, apatía, fatiga, reacciones emocionales intensas o desmedidas, trastornos del sueño, la alimentación o la sexualidad… son manifestaciones habituales estos días, pero de nuevo, no debemos juzgarlas ni extrañarnos ante ellas. Reaccionamos acorde a lo que estamos viviendo, y las situaciones traumáticas generan respuestas traumáticas. El malestar generado ante esta situación deber ser reconocido y escuchado, no negado ni minimizado.

Para todas aquellas personas que estén en una situación similar o que necesiten apoyo psicológico por cualquier motivo, recordamos que seguimos proporcionando terapia psicológica online. Si lo necesitas contacta con nosotras en contacto@psicodinamicas.com o en el tlf: 634 648 398 / 611 400 393