Escuela de padres III. La dificultad de los límites

En el artículo anterior hablábamos de la importancia de saber poner límites para el adecuado desarrollo de nuestros hijos, y de cómo esa responsabilidad recaía del lado de los padres quiénes en ocasiones deben “empujar” a sus hijos a ser más autónomos. Pero ¿cómo se puede ejercer la autoridad sin llegar a ser autoritarios?.

Podemos definir el ejercicio adecuado de la autoridad como aquella función que tiene por objetivo otorgar a cada su espacio tomando en cuenta las necesidades de ambos. Por ejemplo tener en cuenta que un niño pequeño estará mejor pasando un fin de semana con los abuelos que participando en una reunión de adultos si quedáis con vuestros amigos. Así cada una de las partes tendrá lo que necesita: el niño disfrutará de la relación con los abuelos y verá que estos son capaces de cuidarle y aportarle cosas diferentes y los padres podrán relajarse con sus invitados. Otro ejemplo sería realizar la tarea escolar con nuestros hijos. El menor debe aprender a ser autónomo y que la responsabilidad de la tarea escolar es suya, nosotros debemos limitarnos a ser un apoyo puntual si algo de la misma no logra entenderla. Si pasamos toda la tarde haciendo los deberes con él ¿cuánto tiempo nos resta para hacer otras cosas? ¿es realmente saludable que él dependa de nosotros para resolver sus problemas?

A la hora de poner límites siempre surgen dos problemas. El primero es poder “pensar” los límites adecuadamente, es decir, reconocer cuáles son las verdaderas necesidades del niño y cuáles las nuestras. No siempre es fácil reconocer estas necesidades y podemos confundir lo que el niño quiere con lo que realmente necesita. Un ejemplo muy sencillo nos lo daría la comida, sabemos que todo niño necesita una alimentación sana y equilibrada que incluya alimentos que no siempre el niño va a querer comer. Nuestra responsabilidad es que aprenda a comer de todo y no sólo lo que él quiere porque necesita una alimentación variada.

El segundo problema es aún más complicado. Tiene que ver con la interferencia de los sentimientos a la hora de poner límites. Dado que vivimos en una sociedad que nos ha enseñado que ser buenos padres es darlo “todo” por nuestros hijos, a la hora de poner normas, castigos o simplemente decir “no” a nuestros hijos nos sentimos muy culpables. Los más pequeños enseguida perciben cuando sus padres tienen esta ambivalencia emocional y es cuando más presionan para conseguir lo que quieren. Aquí la solución está en tener presentes que ser buenos padres implica el ejercicio sano de la autoridad, nuestros hijos necesitan de los limites tanto como de nuestro apoyo y cariño.

Por último, vamos a enseñaros una serie de formas muy comunes que hacen que perdamos la autoridad ante nuestros hijos. Todos los padres hemos recurrido a ellas en algún momento, lo importante es empezar a reconocerlas y saber sus efectos para poder controlarlas.

–          El doble mensaje. En esta situación damos dos mensajes a la vez al niño, uno lo expresamos verbalmente mientras que nuestra conducta o lenguaje no verbal expresa lo contrario. Por ejemplo, decir que vamos a hacer un recado muy aburrido cuando salimos con amigos mientras que el niño nos ve que estamos contentos, animados, que nos estamos arreglando mucho. Otro ejemplo sería decirle que se tiene que quedar con la abuelos, que se lo va a pasar muy bien pero nos ve tristes por separarnos de él. Muy importante recordar que entre lo verbal y lo no verbal siempre tiene más peso lo no verbal, los niños son muy intuitivos y detectan muy bien cuando sentimos una contradicción.

–          El chantaje. Por ejemplo decirle que si se queda en casa y se porta bien le vamos a traer una sorpresita o un regalito o que otro día saldremos con él. El niño no siente ni firmeza ni respeto por esta forma de poner límites, porque damos por supuesto que el hecho de que él se quede en casa o con la abuela es algo malo y que hay que hacer un esfuerzo por compensarlo, el niño se rebelará aún más.

–          Primero decir una cosa y luego decir otra. Por ejemplo decirle que no va a venir y al final hacer que venga con nosotros. Si se sale con la suya una vez, aprende que insistiendo puede salirse siempre con la suya.

–          Excesivas explicaciones de lo que vamos a hacer y por qué vamos a hacerlo. Está bien indicar al niño que vamos a hacer y qué le va a pasar a él, pero no debemos justificar nuestro comportamiento porque eso es igualarnos a él. A más explicaciones, más sensación le damos al niño de que no estamos seguros.

–          Dar justificaciones basadas en terceros: “tú abuela tiene muchas ganas de verte” o el famoso “cuando venga papá se lo voy  a decir” es una forma de perder autoridad frente al menor porque la depositamos en otro.

–          Paridad con el menor. Es por ejemplo decirle al niño: a ver hombre, cuando tú te vas con tus amigos ¿a que no te gusta que vaya yo? Pues tú tampoco te puedes venir con mis amigas. Aquí dejamos de ser padres para ponernos en la posición de “colegas” de nuestros hijos, y si somos colegas nuestra palabra se puede rebatir.

Lo más importante es estar convencidos de que lo que hacemos es por el bien de nuestros hijos, porque tanto ellos como nosotros necesitamos de los límites. Pensamiento y emoción deben estar de acuerdo, cuando no nos sentimos mal por lo que hacemos podemos llevarlo a cabo por muchas rabietas o chantajes que el niño haga.

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